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Capitulo XXXVII - Transformación

Una señal de que lo que pasó es lo mejor, es esa sensación de paz que aparece como destellos momentáneos en medio del dolor, pero que muchas veces es ignorada por seguir alimentando la narrativa de rechazo y abandono.


En esta ocasión, por primera vez en mi vida me permití creerle a esa sensación, aunque todo en mi me decía que estaba “perdiendo”,


Le temí tanto al vacío que se sentiría en el apartamento por su partida, y cuando llegamos a casa si se sintió raro, pero a la vez sentí alivio por que la tensión de las últimas semanas (y del año entero realmente) ya no estaba. Esa tensión de intentar ser perfecta, de llamar su atención, de intentar convencerle de que yo si era digna de ser elegida, que lamentablemente se nos hace “normal” en los vínculos; me di cuenta en ese momento de que ya no quería sentirla más.


Por un lado estaba esa parte de mi que agradecía que ya no estuviera, pero obvio también estaba esa otra parte que se encontraba en un lugar muy diferente: Super triste y aferrada a la esperanza.


Y me di cuanta de esto cuando unas horas después de su partida, en mi cuarto tratando de

distraerme estudiando sobre redes sociales, y proyectos nuevos que habían nacido gracias a tanto tiempo libre de la pandemia que vivíamos; él escribió en el grupo de whatsapp que había llegado bien y que quería hacer una video llamada con nosotros.


La niña herida dentro de mi dio un salto y decidió arreglarse para verse presentable, y con toda la ilusión de que él me extrañara tanto como yo.


La llamada fue amena y divertida como siempre, pero salí con una sensación agridulce de verlo tan feliz con su familia y a la vez envidiosa de esa felicidad que no había sentido conmigo. La parte que estaba triste sentía mucha decepción, porque había una expectativa de que al sentir mi ausencia él se diera cuenta de que no quería perderme.


Las semanas pasaban y eso no sucedió, y me di cuenta de como empecé a sentirme muy triste de nuevo, porque estaba inevitablemente atravesando la etapa más difícil del duelo: el dolor y tristeza, en la que caí al irme dando cuenta de que esa esperanza estaba cada vez mas lejos; y aunque ya yo no era la Gia del duelo que viví en los primeros capítulos de este diario, este nuevo duelo me estaba mostrando cosas diferentes al anterior y no las estaba sabiendo gestionar, así que decidí volver a terapia.


Mi duelo anterior detonó en mi sensaciones de abandono y de traición por la manera en que sucedieron las cosas, pero esta vez este duelo despertó mi herida de rechazo, la relación con mi aspecto y con mi percepción de mi misma se vieron muy afectadas por las constantes preguntas en mi cabeza de: “Qué me faltó para ser elegida”; y es que desde estas heridas entendemos el amor como algo escaso, por lo que hay que competir, lo que nos dará valor ante el mundo y de cierta forma vendrá a llenar todos nuestros vacíos.


Esta relación vino a mostrarme que aún me quedaba mucho por trabajar en mi autoaceptación, ya que todavía dependía de la aceptación externa (sobre todo de la masculina), a pesar de que 2019 y 2020 son para mi los años en los que físicamente he estado más cerca de los cánones de belleza aceptados socialmente, y aún así no me creía merecedora de ser elegida porque este chico no lo hizo.


Esta vez este proceso terapéutico fue diferente, ya no estaba en el hoyo tan oscuro en el que caí en el duelo anterior, ya acá estaba mucho más madura y consciente de cosas que antes no había entendido; me di cuenta de que no solo mis heridas de infancia influían en la forma en que me relacionaba, si no también muchas creencias y lealtades inconscientes, lo que me llevó a interesarme mucho por investigar sobre estos temas, y eso me ayudó a que el duelo fuera más llevadero porque podía aterrizarme a la realidad más rápido cuando mi mente entraba en esperanzas idealizadas sin fundamento o en narrativas dañinas conmigo misma.


Un día pensé que todo esto que estaba aprendiendo debía ser de dominio público, las mujeres debíamos aprender sobre estos temas para dejar de vivir el amor como victimas, desde el dolor, el sacrificio y la resignación; así que me abrí una cuenta de Instagram para compartir mi proceso sanando y hablando de mi duelo y relaciones de pareja fallidas. Tenia mucho miedo a la crítica (la cual recibí), pero agradezco que la convicción de poner estos temas sobre la mesa para aportar mi granito de arena fue más importante que lo que mis conocidos pudieran pensar; quizás ser artista y exponerme a un público toda mi vida me dio la valentía para hacerlo.


Él no apareció más de manera romántica, lo que facilitó mucho las cosas para no estar cayendo en el “frio y calor” tan dañino de siempre, y yo con ayuda de la terapia y de mi nueva faceta en las redes sociales pude soportar las ganas de escribirle y buscarle; ya que tenía que ser congruente con lo que compartía en mis post.


La batalla entre la niña que seguía buscando su atención y la adulta que de verdad quería hacerlo diferente y hacerse responsable, no estuvo fácil, no fue cómoda, pero a medida de que le iba demostrando a mi sistema nervioso que con los recursos emocionales que estaba aprendiendo yo misma me podía regular sin la necesidad de escribirle o buscarle, el duelo fue pasando y convirtiéndome en una mejor versión de mi.


Fue así como me di cuenta de que yo nunca había vivido una soltería consciente, empecé a tener novios desde los 16 años (formales y de muchos años), pero pasaba de uno a otro en semanas, yo no me conocía en soltería, mi adultez siempre había sido en pareja, así que decidí (con mucho miedo) estar 1 año soltera, cerrada a cualquier vínculo que no fuera la relación conmigo misma y con esas poquitas personas que serían mi circulo de apoyo y de crecimiento profesional.


Me estaba adentrando a lo desconocido, pero sabia que era lo necesario...








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