Diario de una Naranja Completa - Capítulo IV
- Gianni Berroteran
- 7 oct 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 2 may 2024

¿Qué haces cuando la única persona que sientes como un hogar cuando estás tan lejos del
tuyo, es la misma que te dice que ya no quiere estar contigo?
Me sentía sola en el mundo. Él cogió sus cosas y salió a su ensayo, y verlo irse fue darme
cuenta de que ya no era “mío”, y qué impotencia sentí en ese momento.
Me devolví al cuarto a llorar desconsolada sin saber qué hacer, esa amiga en común que él
me recomendó llamar me estaba esperando en su casa con su mamá.
Ya no sé ni cómo llegué allí, pero sí recuerdo que me senté en su sofá a contarles lo que
había sucedido y ellas trataban de consolarme, sobre todo su madre. Yo tenía muchas
preguntas en mi cabeza y me sentía una total víctima.
La mamá de mi amiga me preguntó si había visto señales, y en ese momento me di cuenta
de que ese último año de relación había “funcionado“ por mi, pero que él parecía estar allí
por compromiso.
Y esa fue una de las cosas que me dijo al terminar la relación, que me amaba pero de una
forma diferente, como desde el respeto y el compromiso de que habíamos llegado juntos
a ese país, pero que ya no como pareja.
Me sentía muy tonta, solo les repetía a ellas que estaba avergonzada de no haberme dado
cuenta, y es que era obvio, porque él tenía mucho tiempo sin decirme que me amaba,
tenía mucho tiempo sin decirme: “mi amor, mi vida, Baby”.
Nuestros lenguajes de amor eran los regalos y el tiempo de calidad, y desde hace mucho la
única que seguía alimentando la relación con estos lenguajes era yo.
Y claro que inconscientemente notaba la diferencia, pero en vez de enfrentarlo y hablarlo
con él, sin darme cuenta decidí que la forma de solucionarlo era remando el bote yo sola, y
dando más de lo que recibía.

Mi amiga, que era amiga de los dos, me escuchó y estaba de acuerdo conmigo en los
momentos en que la rabia que sentía hacia él me hacía ponerlo como el malo de la
película. Ella hace poco también había terminado una relación muy larga y sus
comentarios como: “es que los hombres no sirven“ de cierta forma me ayudaban a
aliviarme.
Ese día me tocó ir a trabajar con el corazón destrozado y la mente en otro lugar; y cuando
tu trabajo es animar un público como cantante y bailarina de un espectáculo es difícil
brindar alegría en un escenario cuando no tienes ni un poquito en tu corazón.
La parte más difícil fue llegar al camerino, hinchada de llorar y que todos me preguntaran
qué había pasado, escuchar la opinión de aquellos con los que me sentía más a gusto, las
caras de compasión o incluso indiferencia de aquellos con los que no me vinculaba tanto;
pero al final un montón de gente sabiendo que me sentía abandonada por la misma
persona que hace un par de semanas les presenté como el “amor de mi vida”; de cierta
forma fue humillante.
Se avecinaban los días más duros, sin sabor, sin energía, y sin sentido de vida que he
tenido.
Es como estar a la deriva en un inmenso mar luego de años remando un barco hacia un
rumbo que identificabas como felicidad, y como que de un momento a otro te pusieron un
chaleco salvavidas y te lanzaron al agua, y tu sin brújula y sin mapa y sin saber adonde ir.
Por supuesto que cuando hay tanta incertidumbre, lo que hace tu mente es llenar los
huecos con un montón de historias que te cuentas tú misma, que por supuesto tienen
todos los ingredientes para autodestruirte, pero más cuando las personas de tu entorno
empiezan a alimentar esas historias con cosas que vieron, escucharon y les dijeron; esa es
la receta perfecta para sacar lo peor de ti.
Y aquí fue cuando empecé a conocerlo...

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